La lacra.

                         Como Adán llamó a las bestias del campo, así es su nombre hasta el día de hoy.

Solemos no sentirnos responsables de las casualidades de las que somos víctimas. Ella paseaba libremente por el río cuando escuchó los gritos de auxilio. Su débil mente y la irrefrenable tendencia a querer mirar vidas ajenas la llevaron hasta donde él se estaba hundiendo en el barro. Por favor, le dijo desesperado, ayudame a salir de esta trampa mortal. Ella lo miraba imaginándolo suyo, debiéndole el don de la vida, usándolo para sentirse completa.
No era casual que su nombre fuese Soledad, era como una condena que pesaba sobre su destino. El egoísmo siempre es la materia de la soledad, y ella era egoísta, tanto que resultaba inservible.
Quiero que me prometas, dijo ella enumerando todo lo que su débil mente asociaba con la felicidad. Él la miraba sorprendido mientras le recordaba que estaba muriendo, que en esta situación las promesas no tenían valor.
El barro siguió abrazando poco a poco el cuerpo cansado. Ella miró una vez más el entorno y decidió seguir su camino, no podía haber sentimientos dentro de una lacra como esa. Él, con el barro hasta el cuello le recriminó que hasta que ella apareciera, sólo estaba muriendo su cuerpo, que el instante en que la había conocido su alma también había muerto, porque mueren las almas de los que ven el mal de frente.

Apesta a mundo.


El hedor insoportable invade los espacios y desprecia los seres. Inmunda inmundicia, apestosa pestilencia de los hombres hacia los hombres. Se impregna el cuerpo, se calla el dolor. Quien no ama mata al amor. Nada pueden los encantos ni las buenas intenciones. El hediondo hedor disfraza los perfumes de las flores. Cubrimos con el aroma del chocolate el mustio dolor del alma. La basura está adentro, en los seres deshechos y maltrechos. Las almas traspiran la mugre de las mentes podridas y los sentimientos encallecidos por los repetidos golpes y la indiferencia que golpea mientras la risa lastima los oídos acostumbrados al ruido insoportable de la nada existencial.  Miramos hacer, ignoramos los impulsos fundamentales de nuestra alma sometida al tedio insoportable de la realidad hedionda y nos preguntamos ¿Por qué? Y sin esperar la respuesta caminamos dejando atrás el olor apestoso de la costumbre a la que no logramos acostumbrarnos completamente. Y los pájaros se alimentan de nuestra basura y las flores se riegan con nuestros orines y el mundo apesta a nada, a la falta de futuro y creemos que, atacando lo que no nos animamos a solucionar, lograremos perfumar la pestilencia y huimos de lo apestoso sin percatarnos de que la pestilencia sale de nosotros, de nuestra indiferencia, y hacemos la pregunta equivocada, preguntamos ¿por qué Dios permite esto?  y deberíamos preguntarnos ¿por qué Dios permite que nosotros permitamos esto?. Y nos vamos mirando al suelo, a la tierra llena de excrementos, porque en el fondo sabemos que es lo único que no podemos contaminar.
Y, a lo lejos, una sonrisa nos promete cambiar el mundo. Y le creemos.

Danza


Por alguna razón, el creador dejó su más querida obra incompleta. Tal vez por ser la más querida, tal vez porque sin la imperfección la vida carezca de sentido. Hace un tiempo, mirando unas mujeres bailar pensé que en ningún  lado el ritmo es tan maravilloso como en los cuerpos, ni siquiera en el jazz. Y entendí, en ese momento, que la imperfección era el baile, la carencia del baile, y que los cuerpos al someterse a la música se vuelven perfectos, eternos, etéreos e inmortales. Tal vez la música sea el origen y el final. La música y la muerte comparten el  honor de sublimar el tiempo y los cuerpos la responsabilidad de sublimar la música. Arte en estado puro, en estado de cuerpos, en estado de gracia. Ritmos maravillosos que surgen de la quietud, destruyéndola para siempre, completándola con el movimiento de las almas, de los que bailan y de los que miran, perfeccionándola. Los silencios son lo imposible, cuando se calla el mundo nos aturdimos nosotros. No  podemos conocerlo más que en el baile, la quietud se vuelve silencio, se vuelve esperanza de movimiento, inquietud. La quietud es el sinsentido que genera la danza, para siempre.  Y la belleza, esa inabarcable y huidiza utopía, la belleza se vuelve imagen, sonido y caricias. La belleza se materializa en movimientos y excitación, en esperanza de eternidad y la fealdad queda derrotada para siempre. 
Ahora que cierras los ojos, entiendo que soy escritor solo cuando soy leido

LA PUERTA DE ATRÁS.

Entré intentando ignorar el miedo que genera el olor a humedad y a soledad de las casas que han estado mucho tiempo deshabitadas, abandonadas y olvidadas por sus dueños. Nada parecía haber resistido al paso del tiempo que, implacable, terminó con todo.
Estaba comprando lo que podía ser, no lo que había sido, lo que yo soñé y lo que estaba dispuesto a concretar si el tiempo y Dios me ayudaban. Que importaba lo que fue, hoy son cuatro paredes, un escenario sin brillo y butacas apoliyadas, no me interesaba que volviera a ser un teatro, mi preocupación es que llegara a serlo.
Subí al escenario, caminé escuchando mis pasos que generaban un ruido que resulta indescriptible pero tan familiar para quienes conocen los teatros. Imaginé mi obra preferida, un poco del actor que nunca pude ser se dejó llevar conmigo y juntos soñamos un público, las luces, los saludos agradecidos y por supuesto los aplausos. Todo era tan falsamente real que hasta escuche alguna voz coreando mi nombre, o el seudónimo que nunca adopté, realmente emocionada y agradecida.
Cuando bajé del escenario por la escalera trasera me encontré con un inmenso espacio. Donde debían estar los camarines había lugar para otro teatro igual de grande que el principal. Al final de este playón, como expectante, una puerta, un hueco para sacar residuos, un escape para ventilar olores, en fin, la puerta de atrás, el culo del teatro.
Me encontré totalmente concentrado en la puerta, volví de quien sabe donde, intentando descubrir que había de mágico o de profético en esa derruida tabla de madera. Algo me obligaba a prestarle atención, no se que, pero al final decidí ignorarla, en todo caso no parecía que fuese a ser necesaria para nada.
El miedo y el olor habían desaparecido, caminaba como en mi casa, conociendo y reconociendo, esperando que aparezca lo que debía aparecer.
Desde hacía quien sabe cuantos años que soñaba con mi teatro, poder compartir esa fuente de emociones con quien estuviese dispuesto a sentarse a soñar, como yo en ese momento, y dejarse llevar por esa mágica máquina de sueños que llaman arte. Tal vez mi falta de genio para comunicar lo que me sentía obligado a decir me había llevado a decirlo a través de otros, con las palabras de otros, pero firmando sutilmente el mensaje con la etérea tinta del productor, del arreglador, del que se calla para que el mensaje se oiga.
Recuerdo las palabras de un amigo, siempre me vuelven a la mente, siempre presentes, robándome la razón que creía tener, tenaces. Él me había dicho que era inútil, que la gente se había vuelto sorda para el arte y que no importaba ni el mensaje ni la forma, que no lograría que me escuchen en absoluto. Cuanta razón.
Las primeras obras fueron un fracaso absoluto, los espectadores se preocupaban mas en los detalles de la sala que en la obra, la calidad artística o los decorados. Algunos se quejaban del sonido, de lo descolorido de las alfombras, lo obsoleto de la iluminación. Algunos elogiaban las maderas de las paredes, la barra del bufete o la decoración de la entrada. Se quejaban porque había que quejarse, pero no tenían ni idea de la obra que acababan de ver. Despiadados consigo mismos se retiraban del teatro sin arte a cuestas, sintiendo el tiempo perdido, despotricando por la falta de cosas que pasaran sobre el escenario, muertes, incendios, asesinatos o cualquier cosa que rememorara su idea holiwoodense del teatro.
Poco faltaba para que me diera por vencido, para que el teatro volviera a ser la ruina que había sido, que nunca pude lograr que dejara de ser, solo había reparado el edificio, cuando el jefe de utileros me pidió que lo acompañara, que algo raro estaba pasando.
Detrás del escenario, entrando por la puerta de atrás, había empezado a juntarse gente, espectadores de la intimidad de los actores. Sentados en el piso de frente a la parte trasera del escenario, esperaban a los actores y los observaban mientras se quejaban o se cambiaban, mientras las maquilladoras pasaban sus cepillos por las gotas de transpiración. Abrían infantilmente sus ojos cuando alguna actriz se acomodaba el corsete o levantaba su pollera de época para corregir la media corrida durante la última escena.
Durante las siguientes funciones la gente de atrás empezó a ser más y más, comenzaron a aplaudir los actos espontáneos de los actores, se quejaban a viva voz cuando algún encargado de vestimenta no notaba un botón descocido o una bota sin lustrar. El estrepitoso aplauso por un lavado de dientes de una de las actrices más jóvenes parecía que derrumbaría el teatro.
Por sugerencia de uno de los acomodadores pasamos varias filas de butacas de la sala principal al fondo del teatro. Las entradas por la puerta de atrás costaban el doble de las de adelante A los espectadores les daba igual estar parados o sentados, querían presenciar la intimidad tras bambalinas.
Una noche pasó algo realmente increíble, uno de los actores principales abandonó antes la obra de teatro y fue recibido con aplausos en la parte de atrás. Apenas se calmó la gente, intentó besar a su partenaire de la obra y fue aplaudido nuevamente durante más de diez minutos.
Los actores empezaron a mostrar más y más su intimidad alimentados por la euforia. Se había montado un baño en el medio del escenario que no tenía ni puertas ni paredes, donde las necesidades fisiológicas eran recibidas como el más refinado arte, logrando hasta arrancar alguna lágrima emocionada.
La última fila de butacas se pasó atrás luego de Sueño de una noche de verano, nadie había en la sala principal pero la gente exigía que todo fuese real, que  lo que pasaba atrás fuese el back stage de una obra real. Los tempos apurados, las inseguridades de los actores, las correcciones de último momento. Todo debía parecer improvisado, aunque hacía rato que los actores ensayaban lo que pasaría atrás y no las líneas de la obra.
Cierta vez la señora de la limpieza irrumpió sin darse cuenta en el medio de un intento de relación sexual finamente preparado por los actores y que realmente parecía un devenir natural. El imprevisto generó tal euforia en el público que empezó a suceder todas las noches, como la cuota de humor que le faltaba al teatro de atrás.
Vendí el teatro. Llegué a saber que en otros teatros empezaban a montarse obras como las de la puerta de atrás. Al fin desplazaron el escenario hasta la puerta de adelante, bloqueándola definitivamente, todo el teatro mira ahora hacia atrás. El público se ha puesto más exigente y ha obligado a los actores a representar la obra que dicen representar en la parte de adelante,  dándose de frente contra la pared sobre la que apoyaron las tarimas. Los acontecimientos de atrás han debido subir de tono y hasta se han clasificado en aptos para mayores de ciertas edades. Se han creado Backs, así se las llamaba, desde para toda la familia hasta algunos realmente fuertes donde se mantenían orgías horrorosas pero que satisfacían al espectador mas depravado que reclamaba su derecho al arte.
Hace muy poco me contaron que en un teatro de Sudamérica, creo que de Argentina, en una sala muy pequeña, un joven actor intentando algo realmente nuevo, se preguntaba con una calavera en la mano si ser o no ser.

Moda.

Todas las mujeres son iguales, y cuando me encuentro una mujer igual a las mujeres, descubro que nada tiene de mujer.

Explorador.

Después de haber buscado en el mundo tus ojos, encontré que en ellos se escondía el mundo.