Por alguna razón, el creador dejó su más querida obra
incompleta. Tal vez por ser la más querida, tal vez porque sin la imperfección
la vida carezca de sentido. Hace un tiempo, mirando unas mujeres bailar pensé
que en ningún lado el ritmo es tan maravilloso
como en los cuerpos, ni siquiera en el jazz. Y entendí, en ese momento, que la
imperfección era el baile, la carencia del baile, y que los cuerpos al
someterse a la música se vuelven perfectos, eternos, etéreos e inmortales. Tal
vez la música sea el origen y el final. La música y la muerte comparten el honor de sublimar el tiempo y los cuerpos la
responsabilidad de sublimar la música. Arte en estado puro, en estado de
cuerpos, en estado de gracia. Ritmos maravillosos que surgen de la quietud, destruyéndola
para siempre, completándola con el movimiento de las almas, de los que bailan y
de los que miran, perfeccionándola. Los silencios son lo imposible, cuando se
calla el mundo nos aturdimos nosotros. No
podemos conocerlo más que en el baile, la quietud se vuelve silencio, se
vuelve esperanza de movimiento, inquietud. La quietud es el sinsentido que
genera la danza, para siempre. Y la
belleza, esa inabarcable y huidiza utopía, la belleza se vuelve imagen, sonido
y caricias. La belleza se materializa en movimientos y excitación, en esperanza
de eternidad y la fealdad queda derrotada para siempre.
aunque a veces me equivoque y me quede un poco fuera de ritmo, bailando es cuando me siento maravillosa.
ResponderEliminarInteresante lugar, me quedo a ver que sigue aconteciendo. Saludos!
Me había olvidado de tu gran talento escribiendo estas cosas Ignacio... Que fantástico texto.
ResponderEliminarMe ensalma el texto porque veo en èl, esa mirada de Cioràn o de mi filòsofo envigadeño, Fernando Gonzàles. Mirada puesta sobre la vida, donde obra la paradoja. Un abrazo
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