La lacra.

                         Como Adán llamó a las bestias del campo, así es su nombre hasta el día de hoy.

Solemos no sentirnos responsables de las casualidades de las que somos víctimas. Ella paseaba libremente por el río cuando escuchó los gritos de auxilio. Su débil mente y la irrefrenable tendencia a querer mirar vidas ajenas la llevaron hasta donde él se estaba hundiendo en el barro. Por favor, le dijo desesperado, ayudame a salir de esta trampa mortal. Ella lo miraba imaginándolo suyo, debiéndole el don de la vida, usándolo para sentirse completa.
No era casual que su nombre fuese Soledad, era como una condena que pesaba sobre su destino. El egoísmo siempre es la materia de la soledad, y ella era egoísta, tanto que resultaba inservible.
Quiero que me prometas, dijo ella enumerando todo lo que su débil mente asociaba con la felicidad. Él la miraba sorprendido mientras le recordaba que estaba muriendo, que en esta situación las promesas no tenían valor.
El barro siguió abrazando poco a poco el cuerpo cansado. Ella miró una vez más el entorno y decidió seguir su camino, no podía haber sentimientos dentro de una lacra como esa. Él, con el barro hasta el cuello le recriminó que hasta que ella apareciera, sólo estaba muriendo su cuerpo, que el instante en que la había conocido su alma también había muerto, porque mueren las almas de los que ven el mal de frente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario