Miradas.

Se buscaron de forma de no perderse, los cuerpos transpiraban ansias y las narices guiaban hacia los sexos. Una excusa era más que suficiente para unirse; la mano viajó desde la espalda hasta la fantasía, ella correspondió y sus labios obedecieron sus almas. Al besarla la miró que lo miraba, la cogió de la cintura y la arrastró hasta la cama apurado y excitado. Ella dejó hacer y acompañó el cuerpo a donde los arrastraba la pasión. Lo demás ya se sabe, quien puede contarlo no pudo disfrutarlo y para lo disfrutado no hay palabras. Sólo sé que el amanecer lo encontró mirándola dormir, sus ojos lo habían raptado para siempre y con el buenos días de ella, recomenzaba lo que ya sería eterno, la esclavitud liberadora de que las almas dispongan de los cuerpos y ellos dejen hacer.