Secretos.

Sabiendo lo inevitable del fin, es más fácil empezar cada día.

Ya son seis meses de internación, de sufrimientos, de inhumanidad por parte de los médicos, de soledad familiar y de meditaciones y razonamientos devastadores.

Mi pobre situación económica me ha obligado a compartir este cuarto terminal con otros seis cautivos, que fueron renovándose, si se me permite el termino, a lo largo de estos meses; solo uno de ellos logro la meta de los médicos, todos los demás lograron la del destino, amparado por vaya uno a saber quien. Cada vez que uno de mis silenciosos contertulios nos abandonaba yo tenia el mismo sueño. Un híbrido entre pesadilla y sueño relajado, que, a diferencia de las pesadillas, me alteraba durante el día siguiente, todo el día siguiente y no por la noche, a diferencia de lo que se sueña cuando se está internado, me despertaba muy descansado.

Se veía como de a tres o cuatro los tomaban de las sabanas, para depositarlos en la camilla. Ya en su condición de cosa eran transportados a la morgue, donde terminaba el proceso de humillación que empezaba al llegar acá. Me quedaba, por horas, mirando el cuerpo vacío, la cama vacía, el pasillo vacío y el silencio que se respiraba, también este vacío pero de esperanzas; pensaba en como estaria, donde, si le era posible ver a sus parientes durante su velorio, si tendría uno. Sentirán dolor, frío, hambre, o solo dejaran de existir dejándonos su caja como recuerdo de su paso, como firma en el libro de invitados célebres a una reunión de caridad.

Y el sueño. Parado frente a una gran habitación, llena de ruidos, de pasos, de gente. Solo veo la puerta, amplia por momentos o infinitamente angosta; que se abre y se cierra herméticamente, violentamente. Y yo mirando desde afuera, imaginando que adentro, a juzgar por la puerta, se está cómodo y tranquilo. Imaginando lo eterno de las dimensiones del lugar, ya que no hay nada, ni paredes ni techo, uno puede dar la vuelta a la puerta y siempre la tiene de frente, inmóvil, lo sé por el llamador, que aunque es inútil pues cuando se acerca algún invitado, la puerta le cede el paso y cuando algún curioso quiere golpear este no emite ruido alguno. Pero no hay tal habitación, parecería que detrás de la puerta solo hay vacío, pero los ruidos...

Afortunadamente, al día siguiente todo eso pasa y nos olvidamos del que muere y nos concentramos en nuestra muerte propia, inminente. Conversamos de nada, durante todo el día y esperamos pacientemente. Debo confesar que ya me siento un poco preso de la vida, aceptaría el viaje ya sin miedos, ya sin culpas. Preferiría mi huida a seguir viendo a los demás irse.

Hoy me desperté distinto, los dolores ya no me molestan. Siento que el mundo es más débil, que ya no puede sostenerme, que me suelta. Me siento independiente y valiente. Abro los ojos y veo el mismo mundo pero más tenue, como borrado y débil, con todos los colores delatando su origen en el blanco, que prevalece, que invade. Tengo fuerzas para incorporarme, ya sé que pasa, y me volteo esperando ver mi cuerpo tendido, inerme e inmóvil, pero no lo encuentro, esta con migo, con mi muerte y yo. Y el mundo que se detuvo, que era solo para mí, que estaba para esconder y confundir, que se vuelve completamente blanco y que por entre se empieza a ver que por su debajo se escondía el paraíso.

 

 

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