Dedicado a S.S. que me ha demostrado lo bajo que puede caer un ser casi humano.
La primera consecuencia de las traiciones se expresa solo al traidor, silenciosamente. Algo dentro le dice que lo que acaba de suceder no debió haber pasado. Algo perturbador lo persigue día y noche como una fiebre, como una infección que no lo deja caminar. La segunda es aun peor, y esa la solemos ver los de afuera, debemos acostumbrarnos a la nueva personalidad del traidor, a los cambios de su cara, y su cuerpo al justificar lo que ha hecho. Esta justificación lo ciega, lo domina, lo convence hasta desmaterializarlo, fundirlo y confundirlo con su propia mentira.
Pero en ayuda no suele acudir el sentido común y ni la reflección, una nube de mentiras suele tomar el control de sus actos y la realidad queda encerrada en otra dimensión, otro tiempo, en el pasado. La irrealidad deforma todos los estímulos, todo lo percibido pasa a ser falso, irreal y el traidor se va quedando fuera del viejo mundo, su mundo.
La llave giró lentamente, el picaporte no opuso resistencia y acompañó la puerta en su viaje al mas aburrido de los destinos circulares, el de ir y venir, el de decidir quien entra y quien queda afuera, escuchando, imaginando pero fuera. Entró, busco el interruptor sobre la pared y encendió la luz que rompió la oscuridad pero no iluminó. La cama era pequeña y transmitía una incomodidad in solucionable. Dejó su abrigo en la silla y cerró la puerta, dudó en ir hasta el baño pero desistió, miró el bolso en el suelo, pensó en tomarlo pero lo dejó y se recostó sobre
Al despertar buscó su mesa de luz, el vaso con agua, el reloj, la familiaridad y al final recordó donde estaba. Deslizó la palma de su mano sobre la pared hasta dar con la luz de lectura y luego de encenderla fue al baño. Esquivó el espejo, miró la ducha pero no se decidió a meterse en ella como si no sirviese para lo que quería limpiar y orinó.
Se lavó las manos frenéticamente. Antes de enderezarse apagó la luz del baño y salió.
Tomó la bolsa del suelo y la puso sobre
Si descontaba los insultos del jefe y las insinuaciones, la tarde había sido perfecta. Una enorme extensión de tierra que solo tenía límites en la ruta al frente y tres horizontes. Los árboles, el ruido del viento, los pájaros. La inmensidad aplastante, la pequeñez aplastada, el clarísimo agradecimiento de Marina que estaba convencida de que la única persona que odiaba a su jefe mas que ella era él y a pesar de todo estaba ahí, acompañándola y disfrutando, a pesar de todo. La comida digna de un rey, después esa siesta bajo el fresno, en la hamaca paraguaya. Y al rato se encontró pensando en la foto en si. Como para él había tantas cosas en esa foto que en realidad no estaban ahí. Cualquier otra persona solo vería dos personas abrazadas sobre un fondo verde, tal vez un campo o un club, pero la comida, la cabalgata, la siesta o el viaje en bote por el río permanecerían invisibles y dudó si la foto tenía algún sentido sin todo eso. Las fotos significan la obligación de recordar y deberían morir con uno para no ser malinterpretadas. Sacó la segunda foto.
El mundo del traidor se vuelve agresivo y lo obliga a justificar los alejamientos con mentiras dichas inconciente e indiscriminadamente. El traidor se reciente tanto con los traicionados que llega a sentir un odio real e incontrolable y de a poco se va dejando dominar hasta desmaterializarse en ese odio. Al poco tiempo empiezan las acusaciones, los chismes y las infamias. El mundo que solía serle familiar empieza a sentir aprehensión y termina alejándose. El traidor justifica con mentiras estos alejamientos también y así el círculo se va cerrando y cerrando hasta que un día lo vemos sentado en un bar de mala muerte con un wisky en la mano y contándole al dueño la maldad de la gente que lo ha dejado solo. Tal vez la soledad más absoluta se vea cuando alguien habla por necesidad a quien escucha por negocio.
Esta foto le generó odio. Se veía un living, varios vasos sucios sobre una mesa donde reposaban los pies de muchas personas y en el medio él, abrazado de quien terminaría traicionando. En aquella foto se notaba una absoluta confianza. La felicidad de todos era más que una pose. La camaradería, la comprensión y la intimidad interrumpida por el flash se notaban intactos. También sucedía que en esta imagen no salían varias cosas. Había sido durante esta fiesta que él, cansado y deprimido de su trabajo infructuoso, se había acercado a contarle a su amigo, a quien terminaría traicionando, que no daba mas, que se sentía una lacra y que la vergüenza frente a Maru estaba consumiéndolo y que no creía poder aguantar esa humillación por mucho tiempo mas. Tampoco se veía en el cuadro la respuesta de su benefactor, el compromiso de solucionar las cosas. El hombro dispuesto y el aliento esperanzador. Solo se lo veía sonriendo y nadie, nunca, que no hubiese estado durante esa charla, podría ver las lágrimas de un rato antes. La fiesta no había sido gran cosa en si misma. En el fondo sabía que no la olvidaría nunca solo por ser la primera cosa que se permitía disfrutar sin sentir sobre sus hombros el peso de la desolación y la desesperación de no ver la salida a los problemas que lo esclavizan. Luego todo eran recuerdos alegres, risas y chistes, la felicidad está siempre ahí, solo hay que sacarse las distintas vendas de los ojos para poder verla y, una vez al descubierto, dejarse llevar. No se sabe si nos volvemos invisibles a la infelicidad o la felicidad la esconde de nosotros, pero sentimos, en lo más profundo de nuestro ser, que es el estado natural del hombre. Hoy la felicidad de esa y otras noches, solo causaba dolor y angustia. Si algo tiene de sádica la felicidad es que nunca es eterna.
Golpearon la puerta, -Servicio de habitación-. Se levantó, dejó las fotos sobre la mesa de noche y abrió
El límite de bajeza suele estar mas lejos de lo que la gente piensa. El traidor termina alejándose tanto de su espíritu y entregándose de tal manera a su cuerpo, que la cara deja de ser el espejo de nada. Los primeros en notar esta metamorfosis son los niños, miran al traidor como con asco, con recelo y hasta miedo. Se niegan a besarlos y les huyen cada vez que pueden. Luego se vuelve mas patente y ese miedo, cuando es sentido por los mayores se convierte en asco. Se suele mirar al traidor como un depravado o un asesino que los pone en riesgo tan solo con su proximidad. La agresión se exterioriza de tal manera que hasta callado intimida y al final la soledad termina invitándolo a vivir con ella. El traidor no suele darse cuenta de esto y cree que lo odian o en la mayoría de los casos que lo envidian. Ha llegado a pasar, alguna vez, que se ha sentido traicionado.
Pagó lo que solo la inhumanidad puede ponerle precio y cerró
La ducha tardó unos minutos en calentar, entró lentamente en la bañadera y en cuanto el agua tocó su cabeza sintió deseos de morir. Se enjabonó frenéticamente. Repitió varias veces y al terminar se olía y volvía a enjabonarse. Al final quedó rendido, la frente contra la pared y los brazos al costado del cuerpo vencido, vencidos. El tiempo desapareció por un momento que pareció eterno. Llevó lentamente la mano al grifo y como un condenado a muerte lo giró hasta cerrarlo. La toalla generaba caricias suaves que no lograban darle placer sino que lo agredían al desetonar, la tiró frenéticamente y salió completamente desnudo y chorreante. Esquivó el espejo y, una vez en el cuarto, dio vuelta el colchón y se echo como un animal mojado e inconciente de su desnudez. Durmió alrededor de dos horas. Se despertó alterado, volvió a desconocer el lugar y se sintió tentado de ojear las dos fotos que aun no había visto pero desistió. No tenía fuerzas. Nunca como ahora el pasado lo había debilitado y envejecido tanto. Empezó a vestirse lentamente, desordenadamente y oliendo cada prenda como si fuese de alguien mas. Necesitaba aire, salir a la luz, caminar, olvidar y olvidarse, dejar de recordarse porque sus recuerdos lo juzgaban y condenaban. Pensó en llamar a alguien, pero no había nadie. Ya no.
Al salir del hotel sintió que la luz del sol le quemaba los ojos, pensó que se terminaría acostumbrando pero el dolor se volvía mas profundo y agudo. Buscó sus anteojos negros, los abrió desesperadamente y sintió la calma inmediata de no sentir la luz, de no ser visto. Caminó sin rumbo, miraba pasar a la gente indiferente como si recorriese un zoológico en plenas vacaciones de verano. Pertenecían a otro reino, a otra naturaleza. No tenían los mismos sentidos, las mismas preocupaciones, la esperanza o desesperanza, al fin y al cabo solo eran personas normales. Empezó a sentirse observado, disimuladamente palpó su bragueta, miró de reojo su camisa, si estaba bien abrochada, si el color coincidía con el del pantalón, con las medias. Descartó la posibilidad de que la ropa captara la atención de los peatones. Empezó a pensar que ellos sabían, que se notaba como una mancha de ácido en su cara, que ya no sería posible esconderlo, que todos lo veían como lo que era, un simple y cobarde traidor.
Decidió emprender la vuelta, volver a la seguridad de la nada, de la habitación del hotel. Tal vez volver a pedir una Coca Cola y una puta. La calle era peligrosa, la gente despiadada.
Al volver al hotel no escuchó al conserje que le informaba que habían preguntado por él. La puerta ya conocida le cedió el paso. Entró y cerró violentamente de un portazo. Giró la llave y tiró del picaporte para ver que todo estuviese en orden.
Al ver alterados los parámetros de visión, la realidad empieza a verse distorsionada, cambiada. El traidor mira insistentemente hasta que el observado se vuelve observador y así el traidor observado. Su cara transmite tanto odio que la pobre víctima no puede quitar los ojos de él y la situación se vuelve tensa y hasta violenta. Los ancianos cruzan de vereda para no pasar al lado de esta lacra inmunda que mira con una cara mezcla de odio y desesperación. Jamás un traidor pedirá ayuda y de a poco empezará a pensar en una única salida posible, en un único fin probable y merecido, pero los valientes no traicionan y los fines necesitan valentía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario