Mitos.

Al tiempo de estar acá, adentro, uno aprende las reglas y acepta los mitos como parte de la realidad.

Recorrer el laberinto, chocar contra sus eternas entradas, no ver la salida, son todas cosas a las que fuimos acostumbrándonos.

A veces extraño las interminables charlas sobre cómo sería del otro lado, si es que había un “afuera”, si estas paredes de apariencia invulnerable nos separan de lo otro o si solo nos mantienen adentro, si era, la aparente finalidad de llegar a salir, la verdadera o solo debíamos mantenernos, durar, torciendo en los bordes para no chocar con los limites establecidos.

Todas esas dudas, y muchas otras que no tiene sentido enumerar, persisten en mi; pero el día en que él me dijo que existían salidas de emergencia, que era posible abrir el laberinto, liberarse; el día en que lo vi temblar, llorar y dudar en derribar  esa mágica puerta; puerta sobre la que algún mito cristiano contaba las más temibles historias de condenas y sufrimientos eternos, que aparentaba menos de lo que prometía y por la que al final lo vi irse, sin mirar hacia atrás (dicen que no se puede), dejándome solo, acá adentro, torciendo en las esquinas e inventando historias.

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