La entrada al parnaso.

Salió el poeta en busca de retratos para escribir, aprovechando que la tarde de primavera se ofrecía generosamente a su servicio.

Caminó por el sendero hasta el bosque. Subió por la ladera intentando ser una parte mas de ese día primaveral, no solo un espectador. Nunca se había sentido tan parte del universo, no quería ser un mero observador, Deseaba  formar parte, ser una flor, un pájaro, un sonido de agua corriendo, una declaración de amor a una mujer, una sonrisa o lo que fuera, pero no simplemente un retratista, un acumulador de recuerdos.

Al llegar a la laguna se inclinó sobre el agua, sumergió sus manos y sintió como el mundo  le entregaba su virginal frescura, miró su imagen en el agua y pensó qué sería ser sólo una imagen, no recordar sino ser recordado, no existir si no existe alguien más y sacudió sus manos, no quería destruir el reflejo pero no tenía intención de perturbar su caminata. Se mojó la cara y juró pagarle al lago el favor con una mención en el futuro cuento. Prosiguió su camino, desmaterializándose a cada paso, entregándose al fulgor del día, dejándose llevar por el éxtasis. El paisaje lo aceptaba como una parte. Ya no caminaba, o no sentía caminar, solo recorría el bosque sin cansarse, solitario pero sin meditar sino disfrutando de todo cuanto se le presentaba.

Unos extraños ruidos lo sacaron de su estado, unas risas de niños que jugaban cerca de donde se encontraba atrajeron su curiosidad.

Su timidez lo obligó a ser cauteloso, no quería ser descubierto. Se escondió detrás de unos arbustos y observo a dos jóvenes mujeres que jugaban divertidas en el agua desnudas y felices, sin inhibiciones.

Instantáneamente el poeta cayo presa de un amor incontrolable por la mayor de las dos, una pasión incrementada por el éxtasis anterior, un sentimiento de entrega que lo paralizó en donde estaba.

Como se llamaría, de donde sería aquella mujer hermosa que le regalaba el bosque totalmente desnuda e inocente, tan frágil su sonrisa y tan encantadora que lo hacía temblar como de miedo.

Pasó por su cabeza el acercarse al lago, declararle su amor, pero el temor a que su vergüenza los separe para siempre volvió a dejarlo donde estaba.

Delante del poeta había una flor, una rosa, de una hermosura descomunal. El poeta la miraba desde las ramas y ella le parecía aun más hermosa. Camino ya sin miedo hasta el rosal y se paró a pensar, totalmente descubierto. Ella salió del lago y se dirigió hacia donde estaba el poeta. Este pensó que se moría, ella, lo miraba fijamente y se reía, avanzaba decidida y desnuda, muy divertida. Se paró frente al poeta, estiró  la mano y tomó la rosa, el poeta tocó su mano pero algo estaba pasando, ella no sintió nada, el poeta no existía, era inmaterial, ella se dió media vuelta y volvió al lago con su amiga y el poeta comprendió que ese mundo no era para él, que no pertenecía a ese tiempo, que era sólo un observador y que le estaba prohibido intervenir.

Ella no se enteró nunca de que manera entro en todos los cuentos del poeta y así, también, en el parnaso, desnuda y feliz por los siglos de los siglos.  

2 comentarios:

  1. Caray con tus cuentos!
    Me ha gustado.
    No tengo rosas pero si abrazos.

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  2. El poeta estaba dentro de su poesía, por lo tanto para su musa, él no existia...

    MAGISTRAL! Un abrazo

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