La profecía.



Al segundo grito de alto ella se detuvo. Él le apuntaba con su arma mientras le repetía que debía quitarse el velo. Ella negaba con la cabeza cuando la bala entró.
Era una bala perfecta; una vez dentro del cuerpo se dividía en pequeñas esquirlas de metal hirviente que no dejaban posibilidad de sobrevivir. Por suerte entró por la cabeza.
El soldado que defendía los intereses de su país, un país que había elegido el sello del rey más justo de la historia para decorar su bandera, miró como la mujer se desplomaba sin vida. Al caer al suelo quedó claro su estado. Se veían los 9 meses de embarazo que escondía la túnica sucia de barro, pobreza y hambre. Se veía un fino hilo de sangre que salía de entre las piernas y que presagiaba un aborto seguro. Se veía la inhumanidad de la guerra. Sintió que el mundo se acababa y que su vida era miserablemente miserable, que no había derecho, ni humano ni divino, y lloró. Lloró hasta caer de rodillas. Temblando tomó su arma perfecta, la acercó a su boca y, sin animarse a rezar, disparó.
¿Cómo podía saber el soldado que acababa de matar al último humano de la tierra? Su cuerpo tocó el asfalto. El silencio fue total. En otros lugares, otras armas perfectas habían hecho el trabajo perfectamente. Enfermedades, bombas, terremotos producidos y naturales, radiaciones, guerra. Guerras por todas partes y por cualquier motivo.
Entre la muerte, el cuerpo de la mujer árabe empezaba a moverse. Entre sus piernas asomaba una cabeza, luego un torso y, al final, un cuerpo completo. Siguiendo la sangre que bajaba desde la cabeza llegó hasta los pezones y se amamantó.
A los tres días el niño ya se paraba en sus pies y seguía alimentándose sin notar el hedor de la raza muerta. Para el séptimo día ya era un adulto. Dejó a su madre que empezaba a corromperse y caminó. Miró al cielo mientras preguntaba el para qué de su venida. ¿Para qué nacía el Mesías de una raza que no había logrado esperarlo?
Llegó a la ciudad intentando buscar las causas de la masacre. Tomo una bandera de las manos de una mujer a la que los perros mordían buscando alimentarse. De un lado pedía salvar a las ballenas, del otro, aborto libre. La soltó con asco y siguió. Una pequeña flor crecía entre los restos reventados de la cabeza de un niño. Los hombres habían muerto a manos de los hombres.
El mundo había empezado con un pecado y terminaba con otro.
El Mesías caminó hasta un monte cercano. Pensó en clavarse en una cruz, en dejarse morir. Pensó en la lluvia, en un diluvio, en su padre.
Llovió. Las gotas fueron acumulándose en el aire y una forma imposible de describir apareció flotando. ¿Qué pasó Padre? Dijo el Mesías. Dios mismo lloraba desconsolado mientras miraba los ojos del hijo. Ambos lloraron sabiendo que no había otra forma de crear el octavo día, el día perfecto y eterno.
Luego el Padre dijo: - Hágase la luz.

14 comentarios:

  1. Excelente relato Ignacio. Una idea muy hobeeseana, y desarrollada de una manera brillante.
    El fin de todas las cosas, de la humanidad en manos de la humanidad.
    La imagen inicial es alucinantemente precisa, la trasmitís perfectamente.
    Y el momento del nacimiento y el pronto nacimiento, fascinante.
    Te felicito por lo que acabo de leer.
    Cariños!

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  2. ¿...y se hizo la luz?

    Uff !! que difícil de responderte hoy, Ignacio.
    ...pero he visto las imágenes,...como si me hubieras puesto la peli...así de bien!!

    Un beso gigante

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  3. Así como avanzaba la narración, se me clavaba en el alma la desesperanza...menos mal que, al final, se hizo la luz.

    Me quedé con ganas de más.

    Un gusto leerte.

    AME

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  4. Escribes muy bien, ignacio, tus escritos son maduros y originales,
    felicitaciones,
    gracias como siempre por dejar comentarios en mi espacio...

    besos,

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  5. Es la apocalíptica historia del fracaso perfecto... según se mire.
    Nadie construye una casa si no es para venderla, alquilarla o vivir en ella...
    Creo que lo verdaderamente trascendental son nuestros actos, más verídicos que la realidad misma, y la perfección consiste en el propio desarrollo de la libertad humana.
    ¿Para qué un octavo día?

    Un abrazo y feliz domingo.

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  6. Me dio escalofríos el llanto de Dios, mostrarlo en una situación de impotencia va más allá de mi imaginación. Muy bueno, te felicito.

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  7. me gustó mucho sobre todo el principio, la descripción... una idea muy original..

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  8. Un relato fantástico, me tuviste con el corazón encogido todo el recorrido, y el final muy original, expresado con maestría.

    Un abrazo compañero.

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  9. Todo él es como el diluvio de la impotencia, la masacre del hombre asesinando al hombre.la historia paralela o la historia del octavo día perfecto y eterno...Por otro lado perfecto y apocaliptico relato fantástico.Tu descripción sobrecoge y me hace pensar si quedaba algo de esperanza y vida en ese hágase la luz...

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  10. El relato me atrapó hasta el final, muy bueno. Logras describir las imágenes de una manera que me has hecho ver el cuento con mis propios ojos… como siempre muy lindo lo que escribes!

    Gracias por devolver la visita!
    Besos

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  11. votado, ehmm!!!
    ¡¡ SUERTE !!! ;)
    Muakiss

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  12. Creeme que cuando el Padre dijo "Hágase la luz", la pantalla se llenó de un blanco cegador.
    Increíble relato y excelentes descripciones.

    Beso!

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  13. Lo peor es no abrir los ojos lo suficientemente grandes para darnos cuenta de que realmente algún día dejará de ser una profecía...

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