Cada tanto un barco zarpa sin pagar.
Corrí por el muelle hasta el extremo y lo vi irse, con las velas débiles pero altaneramente desplegadas. Un marinero de otro barco, del Stella, me había convencido de hacer todo lo posible, así que le había hecho un fuerte descuento de los trabajos.
Corrían rumores de que el puente de este barco había sido copado por piratas, por personas que hipnotizaban a los tripulantes con promesas de mundos perfectos y bienes materiales, aunque no eran más que simples ladrones, timadores y mentirosos. Eran navegantes de un buque que nació hundido pero que a fuerza de mentiras se había logrado mitificar hasta que los navegantes de altamar llegaron a afirmar que lo vieron navegando en aguas de tormenta. Siempre estando borrachos, pero es así que nacen los mitos.
Desde el muelle se veía el nombre, era lo último que se había pintado, la firma de los trabajos y tal vez lo único realmente valioso que tenía el barco; se leía Séneca, en letras doradas de polvo de oro. Aunque los tripulantes lo llevaban en la popa, no lo entendían, era mucho nombre para ellos.
Este barco había llegado hace poco más de dos años. Nadie sabe realmente como llegó. Entraba agua por todas partes; la línea de flotación estaba al límite y las olas más inocentes lo amenazaban con naufragar. Ningún instrumento del puente estaba calibrado, así que navegaba prácticamente a ciegas. La tripulación estaba obsesionada con un ser mitológico que había agujereado el casco, casi destruyéndolo y acercándolo más y más al fondo del océano.
Los trabajos fueron muchos y difíciles, primero reparar el casco, no se podía acariciar la cubierta sin arrancarle un poco de la desconchada pintura y siempre se terminaba con una astilla en la mano.
La cubierta estaba destruida, parecía haber estado sometida a una lluvia de meteoritos.
No se lo podía sacar del agua por riesgo a que la madera no lo soportase y varias veces hubo que correr a los astilleros en plena madrugada porque amenazaba con hundirse.
El mástil no existía, el barco no tenía centro y navegaba a merced de cualquier impulso. No había velas aunque los vientos lo arrastraban casi siempre a las costas del pasado.
El puente era la parte más inservible, ningún instrumento marcaba lo que se le pedía. Parecían haberse vuelto locos. El compás variaba constantemente. La brújula estaba trabada en algún lugar entre el sur y el este. Los escorímetros y profundímetros mentían los valores, y las radios distorsionaban tanto las voces que la comunicación con el exterior precisaba de mucha paciencia y buena voluntad.
De a poco se fue reconstruyendo todo hasta que por último se pintó el nombre en su popa, ellos no podían verlo y por eso era tan ofensivo ahora que se iba sin pagar, desagradeciendo la pasión que se había puesto en su reconstrucción. Tal vez algún día recapacite, dicen que los piratas volvieron a confundir el instrumental del puente, pero el capitán es demasiado inteligente para perseverar en el engaño.
Yo estoy orgulloso del trabajo realizado, pero estoy seguro de que jamás permitiré que Séneca amarre en mí muelle mientras no se deshaga de los piratas del puente. A pesar de su actual estado, de su nueva vida, todos en el muelle conocíamos su destino, todos sabíamos donde iba a terminar.
Excelente tu relato Ignacio, muy bien narrado, muy bien articulado.
ResponderEliminarLo disfruté muchísimo!
Cariños!
No encuentro el verdadero móvil de este relato, y no por ello deja de resultarme atractivo y muy bien elaborado.
ResponderEliminarUn saludo.
sí, un buen relato, felicidades :)
ResponderEliminarQue tengas una Feliz Navidad y un introspectivo año nuevo.
ResponderEliminarPD. Tienes el mayor de mis deseos en El Ocaso de la Mirada.