Esclavo.

Me hicieron señas para que pasara. –Lo estábamos esperando. Dijo quien me abría la puerta.
Me pidió mi saco a lo que me negué, me gustaba jugar cada partida perfecta y prolija mente vestido. –No querrá contribuir al calor, dijo, y sonrió maliciosamente.
Hacía tres años que se me premiaba como al mejor jugador de ajedrez del mundo. Tres años consecutivos. La sonrisa desapareció de los labios de quien me guiaba. Nos detuvimos frente a una puerta. –Pase, dijo como obligándome. Obedecí. El salón era inmenso; a los costados varias personas en silencio miraban desde lo alto la partida a través de un vidrio. Empecé a sentir un calor excesivo. Pensé en los nervios. Me habían dicho que esta era la partida de mi vida. En el medio del salón una pequeña mesa con el reloj. Pregunté por el tablero. Me obligaron sentarme y obedecí sin entender, el calor me impedía pensar.
Sobre la mesa había un péndulo en simetría perfecta con cuatro columnas que encerraban la mesa, el tablero y a los participantes. Vi entrar a mi oponente.  Se sentó frente a mi, saludándome con un leve movimiento de cabeza. Me entregaron dos sobres, elegí uno devolviendo el otro. Blancas, decía, y un epígrafe extraño: Su vida depende del Rey negro. Miré a mi oponente sin entender, pero él miraba como al margen de todo. El calor aumentaba. Parecía que sólo yo lo sentía. Por el centro de la sala entró un sirviente trayendo el tablero. Lo colocó de forma que el péndulo quedara perfectamente en el medio. –Su turno, escuché sin saber de dónde provenía la voz.
Pensé en la forma de terminar rápido la partida, alguna jugada sorpresiva. Tomé un peón y algo sucedió. Las piezas eran de hielo. Mi camisa empapada. Mi frente transpiraba tanto que me impedía ver. –Su tiempo se acaba, dijo alguien. El tablero empezaba a mojarse, las piezas perdían su forma, se igualaban deformándose. El calor aumentaba, esto era un horno. Miré el tablero pero ya no había piezas. Un movimiento a los costados capturó mi atención, la gente se levantaba negando indignada con la cabeza. Escuché crujir la silla de mi oponente. El péndulo cayó perforando el tablero y la mesa.  Nadie es tan bueno como para impedir el calor del destino, escuché que me decían, a pesar de que nadie movía los labios. Me acompañaron hasta la calle y al cerrar la puerta tras de mi, mi camisa estaba completamente seca, no entendía que había pasado, quienes eran esas personas ni que estaba haciendo ahí. Jamás lo supe. Jamás volví a encontrarme con mi destino tan de frente, aunque luego de pensarlo fríamente, creo que era el destino de la humanidad el que me ganó la partida en cero movimientos.

5 comentarios:

  1. Valió la pena la espera. Un relato sumamente original, repleto de imágenes y sensaciones. Muy bien narrado, muy bien llevado el lector al personaje, muy buena transferencia.
    Excelente, me encantó Ignacio.
    Muchos cariños!

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  2. Has coronado el último posteo del año con un cuento, a mi parecer, excelente. Me generó cierta intriga mientras leía y las descripciones me transportaron. ¿Se nota qué me gustó, no?

    Saludos y un beso grande!

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  3. Me has tenido pendiente como si también mi destino pendulara sobre tu tablero, al final levantaron el tapete y caí junto al resto de las otras piezas.

    Un abrazo y Feliz Año.

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  4. Me quedan dudas sobre si ese calor guarda relación con el miedo, la influencia social o falta de autoestima. En cualquier caso, y viéndolo friamente, creo que sería un prólogo excelente a la teoría de la evolución de Darwin.

    No es ya lo que cuentas ni cómo lo cuentas, sino la enseñanza que encierran tus escritos.
    Sinceramente, me gustó mucho, me parece trascendental cuando menos,
    y tal vez sean cosas mías, pero veo un denominador común en tus historias: la libertad.

    Un abrazo.

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  5. Gracias por la invitación, aquí hay enjundia, no es para entrar con prisas ni para leer de cualquier manera, disfrutaré de los cuentos. De momento el del Náufrago me ha encantado, me toca muy de cerca el tema, incluso escribí un poemario sobre un náufrago en 2003. Me alegra que gracias a Sparrow me haya usted invitado a mí a venir aquí. Un saludo muy cordial y mucho ánimo con la escritura, que sin duda es lo suyo. Y abríguese, cuidado con las corrientes, que viene frío el viento...

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