Tocó su cuerpo, lo recorrió con sus manos, lo acarició, pero le resultaba extraño, desconocido y hostil. Los dolores habían desaparecido, la hinchazón era sólo un recuerdo del pasado, uno muy malo; pero ya no dolía, como el recuerdo.
El espejo le mostraba a otra persona, parecida pero distinta. Ella se miraba inquieta, estaba segura de ser la misma pero no se reconocía.
Volvió a vestirse, lentamente. Se acomodó y salió a la calle esperando la reacción de la gente. Nada pasó. La llamaron por su nombre. Era ella, la misma, la de siempre.
Por la noche soñó. En el sueño actuaba; corría por un escenario y la gente aplaudía. El telón no caía nunca. Empezaba a cansarse pero no había salidas, ningún lugar a donde correr, por donde escapar y la gente le exigía que siguiese actuando.
Se despertó agitada, temblaba mientras se secaba la transpiración con la manga del piyama. Se levantó bruscamente y se arrancó la ropa, miró la cicatriz casi imperceptibles debajo de su pezón, y lloró. Entendió por qué se sentía extraña, por que el cuerpo la abandonaba y entendió el sueño. El disfraz necesita del actor, si él no actúa el disfraz se vuelve ridículo. Ella necesitaba actuar, eataba obligada, para siempre, porque no podía sacarse el disfraz. Estaba bajo su piel.
¡Qué triste! Ignacio nos aferramos tanto que terminamos siendo náufragos de nuestro cuerpo ..
ResponderEliminarUn abrazo
Uau.
ResponderEliminarQué manera tan cruda de ver algo que, a muchas mujeres, les parece, si no natural, totalmente inofensivo.. y que a casi todas se nos pasó alguna vez por la cabeza (al menos una).
Pero es bueno tener otras perspectivas.... porque después de que nos colocamos el disfraz, ya es demasiado tarde...
gracias, jaja siempre me intriga de donde me sacan
ResponderEliminarMe fascina el humor que tenes para escribir
como algo tildado de superficial puede finalmente habitarnos bajo la piel y obligarnos a cambiar. un saludo
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