Torque.

La llave no entiende de presión, a  ella le dicen que ajuste y ella ajusta. La presión la tiene que soportar el bulón, que es el que siempre grita cuando es tarde, cuando ya se quebró.

Las llaves no se hacen responsables, ellas sueltan la cabeza y se alejan sin darle más vueltas al asunto. Pero el bulón quedó partido, clavado en una rosca insoportable de la que ahora, que no tiene más cabeza, no puede salir.

El destino del bulón es ingrato, su intención, su función en este asunto es la unión de los materiales, el abrazo fuerte. Casi siempre resulta incomprendido, las partes a unir solo sienten la presión, lo ven como algo retorcido que las aplasta, que les niega la movilidad, que las condena. Cada uno tiene su función, y la del bulón es unir.

Si la llave no presionara tanto, tal vez la vida de todos sería más fácil. Si entendiese que hay una fuerza justa, donde todo encuentra el equilibrio, donde nadie lastima a nadie. Pero ella sabe que tiene el poder, el dominio de la fuerza, y si la llave es egoísta, el bulón se parte y la máquina se para. Tal vez no para siempre, pero seguro por un tiempo.