Mi parálisis me obligó a vivir mis sueños en un mundo soñado. El viento, el sol, el mar, la lluvia, el amor, eran todas cosas que sucedían tan cerca y tan lejos como suceden los sueños. Que parecen venir de dentro pero están realmente lejos. Si lo vivía como una condena, era la peor de todas, la más inhumana. La imposibilidad de amar, asociada a la posibilidad de enamorarse, eran una forma, casi perfecta, de torturar un alma en pena.
Tal vez mi estado se deba a pecados de juventud, de alguna vida anterior o simplemente a la peor de las suertes. Solemos no entender lo que nos pasa y quejarnos de nuestras diferencias con la normalidad, sean estas físicas, mentales o estéticas y difícilmente encontremos a alguien capaz de sentirse verdaderamente bien con lo que le ha tocado.
A veces pensamos en lo que nos falta. Olvidamos que el escultor es el que ve lo que hay debajo de lo que sobra, el que quita la piedra sobrante y descubre la belleza que se escondía dentro de ella. Solemos entender que era necesario retirar cierto material para que el bloque de mármol se convierta en una obra de arte, pero se nos dificulta entender que se nos retire la completa movilidad para convertirnos en lo que sea que debamos convertirnos y con la imposibilidad de transmitir a nadie ese cambio.
Ya no recuerdo los movimientos reales, todos son soñados o imaginados. Ya no sé si son coincidentes con los reales, si moverse es realmente eso que hago en sueños, si saltar, nadar, sentarme en el pasto o mirar el cielo, sea eso que parece estar guardado en mi desde hace tanto tiempo y que sé que no podré comparar nunca con la realidad.
También se fue deformando mi recuerdo de la libertad, hoy ya no me siento tan inmóvil, estoy durmiendo menos y soñando más. Para quienes entran en la habitación no hay diferencia, solo un cuerpo lleno de mangueras por las que se le impone vida. Pero para mí si hay diferencia entre la soledad y la compañía. Me he ido acostumbrando a esta posición hasta tal punto que ya no siento necesidad de moverme, como los demás hombres, al menos la mayoría, no la sienten de volar. El movimiento ya no es parte de mi naturaleza como no lo es el vuelo de la de ellos. Mi territorio es este y dentro de él soy completamente libre. Siento que ya nada puede interrumpir mis paseos por el mundo, mis atardeceres sin noches, mis baños en un mar mucho mas eterno que el real y mis besos imposiblemente infieles. Siento que al haberme quedado quieto, las imperfecciones del mundo también lo hicieron. Trato de convencerme de que esto es así, pero hay algo que me dice que estoy equivocado, que en esas finitudes e imperfecciones está el verdadero sentido de la vida. Yo no sé, tal vez sea así o tal vez no, pero no tengo forma de averiguarlo. Aunque hay quien dice que no me muevo porque no lo deseo.
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